Se sentía pesada. En un suspiro identificó que su ventilación pendía de aquel denso, incomprensible y deprimido aire. Se notó tosca y cautelosa a la vez, con una fuerza interna que no podía traducir -ni siquiera simplemente canalizar- y como efecto adverso la hacía crecer. Su alma la empujaba al gigantismo silencioso. No comprendió su idioma, no comprendió el mensaje y creció y creció.
La pobre chica se elefantizó.
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